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 Una visita del periódico local
Su historia cuenta | 
Convierte su casa en un hogar para huérfanos.
Un voluntario ayudó a comprar la casita donde atiende a 80 huérfanos. Su necesidad: comida.

Entusiasmo. Gabriela Rojas Llave planea estudiar sicología para cuidar mejor a los pequeños. La colaboran voluntarias como Cinthia Ferrufino.


Javier Méndez VediaLa dueña de casa le dio 15 días para comprar el lugar que alquilaba Gabriela Rojas Llave. Atendía allí a una treintena de niños desde 2002. En el lote había un cuartito de madera y un precario galpón de media agua. ¿Cómo hacer para reunir 7.500 dólares en 15 días?  

El sueño de Gabriela, llamado Luz del Mundo, se tambaleaba. Su mamá inculcó en ella el amor y la vocación de servicio, así que después de concluir la primaria, comenzó a ayudar en un hogar de niños llamado Esperanza Viva, en Cochabamba. Pasó su adolescencia en Argentina, trabajando en el hogar de niñas María Inmaculada de Buenos Aires. 


Ahí aprendió a aplicar el modelo que hoy combina en Luz del Mundo: cultura, idiomas, valores, juegos y atención con la comida. Antes de empezar, realizó una encuesta en los alrededores de la rotonda del Plan 3.000. Muchos niños vivían en la pobreza y varios eran huérfanos.

 
Puso en marcha el hogar. Desde el principio, la regla más clara consistió en que el niño debería estar en la escuela. El padre o la madre firma un compromiso para que su hijo no abandone las clases. Tampoco puede perder el año. Por supuesto, recibe ayuda en matemáticas, y si se trata de adolescentes, en física y química.


En esta tarea son imprescindibles los voluntarios. Desde que empezó a funcionar Luz del Mundo, han llegado jóvenes profesionales de China, Estados Unidos, Japón, Israel, Inglaterra y países africanos. “Algunos llegan y solo saben decir, hello y bye”, cuenta.

 
Mientras transcurren las semanas, aprenden español de los pequeños y ellos se emocionan enseñando su idioma. “Hay que ver la paciencia que tienen”, comenta. 


El voluntario, según Gabriela, es un ejemplo de vida. Son profesionales jóvenes que pagan su comida, alojamiento y viáticos para ayudar. Después de eso forman una familia. 


“Es importante que los niños vean ese ejemplo”, considera.
Con el compromiso de asistir a la escuela, los niños pueden asistir a este hogar-guardería, donde reciben desayuno diariamente y almuerzo cada sábado. Ese reto no es sencillo. En ocasiones los alimentos faltan, pese a que la empresa Valky dona leche, a la contribución de Cereales del Este y a la de pollos Imba. 


Hay empresas interesadas en ayudar, pero las frena el hecho de que el trámite para la personería jurídica, que busca convertir en fundación a Luz del Mundo, está estancado. 

Hasta donde sabe Gabriela, debe depositar Bs 10.000 para continuar con ese trámite. Hay un supermercado que les ha ofrecido un espacio para vender empanadas, panes y tortas, pero necesitan tener un NIT para factura... y eso depende de la personería jurídica. Felizmente, la colaboración de algunas  personas cubre los gastos de servicios (agua, electricidad, gas), pero les falta carne y pollo. 

Pese a todo, el cierre del hogar no es una opción. Cuando fue operada de la vesícula, Gabriela pidió a sus dos hijas mayores (tiene tres retoños) que el hogar no cierre. “Que continúen mis hijos o cualquier persona que tenga el amor suficiente”, comenta.


Eso implica vivir en un solo cuarto y destinar el resto del espacio al parquecito, la pequeña biblioteca y el saloncito donde aprenden a tocar los instrumentos donados por la Smile Foundation;
significa dejar de lado su profesión -es abogada- para dedicar tiempo a su vocación. Y tener fe, como la tuvo el voluntario Andy, que donó 4.000 dólares para poder comprar la casita. Con ese dinero se consiguió un préstamo de $us 3.500 que permitió llenar la vivienda con diversión y risas infantiles